Desde que su nacimiento el mundo notó que era un ser especial. No, no tenía un aura rodeando su cabeza, no despedían destellos sus ojos pero era distinto. Tampoco era un error de la naturaleza sin llegar a ser el cuerpo perfecto.
Se hizo más patente al llegar a la treintena, entonces el tiempo para el se detuvo. No envejecía, no se marchitaba. Constantemente cambiaba de sitio, al norte luego al sur, despúes en una isla.
El tiempo iba pasando y con el la Humanidad se expandía, la Luna, Marte, Europa... esto le daba más ventaja. Cada vez disponía de más y más sitios para ir.
Su saber crecía con el paso de los milenios, notaba como sus semejantes cada vez lo eran menos, ellos evolucionaban, el seguía tal y como se quedó. No existía en la creación un cerebro como el suyo, en eso tenía ventaja.
Vió pasar todas la eras, todos los hombres, todos los avances, el gran colapso del Universo y con el la destrucción de todo lo anteriormente conocido.
Sintió que había llegado la hora para él pero cuando llamó la respuesta hizo que se le helara el cuerpo, ya no cabía nadie mas.
El cielo estaba lleno.
Eduardo
