El escultor

El golpe de martillo fue certero, la última escultura se rompió en mil esquirlas de mármol blanco. Siempre se hacía la misma pregunta... ¿Por qué?

Las modelos eran perfectas. El personalmente se encargaba de la elección. Rostro ligeramente ovalado, ojos avellanados y simétricamente perfectos, nariz pequeña y respingona, boca carnosa, pechos redondos y desafiantes, vientre plano, nalgas generosas y piernas como torneadas por un artesano. ¿Por qué?

No se explicaba la razón, las esculturas no reflejaban la perfección. Aunque eran fiel copia del cuerpo de la mujer resultaban vacías. No había nada en la mirada de los originales, no inspiraban sentimientos. Sólo eran trozos de mármol remedando la realidad.

Estaba desesperado. La mitad de las obras habían sido vendidas a nuevos ricos rebosante la cartera de dinero y pedantería. No entendían de arte, sólo servirían para rellenar huecos vacíos de mansiones ostentosas. La que no era vendida terminaba como esta última, hecha pedazos.

Era ya noche cerrada y caminaba sin rumbo por las calles empedradas sin apenas darse cuenta de la fina lluvia que le empapaba cuando la vio. Una mujer acurrucada en los soportales, sucia, desgreñada... patética. Pero... lo vio al instante, esa mujer tenía... No era posible pero sí, lo tenía.

Con desconfianza pero con hambre la mendigo acompañó al escultor hasta el estudio con la promesa de una comida caliente y un techo donde pasar esa noche de lluvia. Y se quedó por más de dos meses, sin hablar sólo miraba y acataba las ordenes del artista.

Por horas miraba a la mujer, no tomaba notas, no empuñaba el cincel y la maza, solo miraba hora tras hora, día tras día, semanas... Ella no entendía pero en su raída bolsa de cuero jamás había tenido tanto dinero y... comía caliente y dormía bajo techo todos los días. Que mas da que ese hombre estuviera loco, aprovecharía mientras pudiera.

Por fín llegó el día, tardó en encontrar el bloque de mármol, lo llevó a su taller y empezó a trabajar. Con brío y la esperanza de saber arrancar a la piedra la forma que había visto en la mujer. Cuando terminó de pulir la superficie para darle el acabado contempló la obra, al fondo una esfera perfecta de mármol blanco y resplandeciente que lanzaba reflejos de luz blanca en todas las direcciones. La escultura del alma de la mendigo y era... Perfecta.

Eduardo

PD: J.P. he utilizado tu idea pero no tu final. Ese lo escribes tú.